Ayer por la noche me pasó algo muy extraño. Me puse a pensar sobre lo que me gustaría escribir y tengo mucho deseo por hablar sobre mi infancia y sobre mí. Aunque podría sonar un poco egocéntrica, creo que es justificado, yo nunca he sido la protagonista.
Aunque guardo muchos recuerdos bonitos, hay algunos que directamente mi mente los ha borrado, quizás a modo de autodefensa, mi propio cuerpo decidió no darles relevancia.
Ese deseo tan particular que tengo sobre mi yo del pasado, tiene sentido cuando pienso que quiero reconstruir mi historia, de atrás hacia adelante, aunque por tramos me resulta inconclusa porque tengo vacíos, muchos temporales.
Volviendo específicamente a la noche de ayer, a eso de las 23:00 aproximadamente, volví a pensar en mí y en esa niña pequeña pero esta vez la de la casa de Villa. Tengo que admitir que cuando empezaron a llegar los recuerdos, empecé a sentir esa incomodidad en el pecho que ya he aprendido a reconocer: Angustia. Como mi cerebro es tan sabio y superviviente, inmediatamente hizo el bloqueo respectivo de esos recuerdos o quizás sensaciones de las cuales aún no soy capaz de reconocer, y me llevó a identificar recuerdos a través de olores que me permitieron transportarme. El olor de la piscina y cloro constante, las caballerizas, el moho de la pileta, la habitación de mis tíos, el olor al jardín. También esa sensación o memoria táctil de mis pies mojados cruzando las habitaciones y corriendo por ese pasillo largo, el agua caliente estancada de la pileta de la entrada principal de la casa. Esa agua caliente sobre mi cuerpo la recuerdo mucho y no me olvido del baúl de juegos, de plástico rojo y azul creo recordar, al tacto como granulada y llena de juguetes que nos hacían soñar.
No sé a donde me llevan todos estos recuerdos, pero de lo que estoy segura es que ahí pasé mis mejores momentos.
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